ORGANIZACI�N DE LOS ESTADOS AMERICANOS

COMISI�N INTERAMERICANA DE MUJERES

PRIMERA REUNI�N MINISTERIAL                               OEA/Ser.L/II.7.8

POLITICAS DE LAS MUJERES                                        CIM/MINIS/doc. 16/00

27 -28 abril 2000                                                                27 abril, 2000

Washington, D.C.                                                                Original: espa�ol

Palabras de la se�ora. Marisabel Rodr�guez de Chavez, Primera Dama de la Rep�blica de Venezuela, durante la inauguraci�n de la Reuni�n de Ministras o Autoridades al m�s Alto Nivel, Responsables de las Pol�ticas de las Mujeres en las Am�ricas

Washington, D.C., 27 de abril de 2000

 

Quiero agradecer a los organizadores, no s�lo la oportunidad de intervenir en esta reuni�n, sino tambi�n la posibilidad de conversar e intercambiar opiniones y experiencias sobre un tema cada d�a m�s vigente y apasionante como es el de la promoci�n de los derechos de la mujer, la igualdad y la equidad entre los g�neros.

Es inevitable que mi aproximaci�n est� atravesada por dos clases de consideraciones: unas, que tienen como sustento la realidad venezolana, o m�s espec�ficamente, la realidad que afecta a la mujer venezolana, y otras, que se desprenden directamente de mi experiencia personal y que forman parte de mi comprensi�n y de mi manera de proyectar ideas sobre el tema.

Como a tantas mujeres de Am�rica Latina, me ha correspondido enfrentar las dificultades caracter�sticas de un entorno donde las conductas, los valores, las ideas m�s comunes y las experiencias acumuladas a lo largo de los siglos y las generaciones, son proclives a reproducir y mantener estructuras de dominaci�n de los hombres hacia las mujeres.

En la experiencia cotidiana del machismo, por ejemplo, se impone una tendencia que personaliza los casos, que nos empuja a pensamientos que acusan o responsabilizan a personas determinadas, y no pensamos en el contexto, nos olvidamos -dir�a que sistem�ticamente-, que el machismo y sus secuelas, no son conductas puntuales ni valores aislados, sino que por el contrario, se trata de una vasta, profunda y poderosa conformaci�n cultural e hist�rica, cuyo seguimiento nos lleva a las ra�ces de la historia occidental, y cuyo combate requiere de mucho m�s que de un programa de acciones pol�ticas e institucionales.

Las expresiones de la desigualdad est�n en la cultura popular y en las tradiciones. Viven y se reproducen en las canciones, en las fiestas religiosas, en la pintura popular, en las formas del lenguaje, en el refranero castellano, y en los contenidos y formalidades que organizan los intercambios y la convivencia entre hombres y mujeres.

Las dimensiones que tiene la desigualdad no est�n expresas s�lo en la violencia dom�stica, en la tasa de incidencia del embarazo precoz, en la tendencia a remunerar por debajo a las mujeres que hacen el mismo trabajo que los hombres, o en las condiciones humillantes y opresivas en que millones de mujeres campesinas o ind�genas viven en todo el Continente. No, no s�lo en este tipo de indicadores.

Est�n -y esto es desde mi punto de vista y experiencia, mucho mas poderoso y decisivo-, est�n en los mecanismos y estructuras que reproducen el conocimiento, en los valores y en los sue�os de las personas, est�n en los deseos y en el funcionamiento de toda la organizaci�n social.

Si quienes estarnos aqu� ahora reunidos compartimos que es imprescindible lograr un status de equidad para la mujer, que haga viable la instauraci�n de un modelo de desarrollo sustentable, y por lo tanto, que haga m�s frecuente y propicio el acceso a una mejor calidad de vida, entonces sugiero que nos preguntemos cu�l es la mejor estrategia y el mejor escenario para librar la batalla que nos proponemos, que es en definitiva, una larga guerra de la humanidad contra la desigualdad.

Hay, no un tema, sino una realidad rotunda como el d�a y la noche, definitiva y definitoria de este problema, que es la realidad de la pobreza y todas las consecuencias que ella multiplica y potencia sin descanso.

Todos aqu� lo sabemos y posiblemente lo vivimos con dolor y fortaleza: no alcanzaremos condiciones que hagan posible un ambiente de equidad para hombres y mujeres, si la abrumadora pobreza y exclusi�n que determina la vida de millones y millones de personas en todo el continente, no comienza un proceso de reversi�n.

Dicho esto, voy a compartir con ustedes la pregunta doble que me hago todos los d�as con mucha frecuencia.

Si, en tanto que inevitable, la lucha porque las mujeres alcancen mejores condiciones que garanticen su acceso, participaci�n y desarrollo pleno en el entorno social, parece indisociable de la lucha contra la pobreza; y, si esa lucha reconoce que el problema al que enfrenta tiene profundas dimensiones hist�ricas y culturales, �no es legitimo acaso pensar que esa lucha, que es nuestra causa compartida, debe librarse en el �mbito de la familia?

Debo declararme ante ustedes como una convencida y una activista de la familia. Estoy persuadida de su potencial y de que es el escenario, el m�s decisivo y estructural, donde pueden producirse los cambios profundos y duraderos que creen nuevas y mejores condiciones para la vida de las mujeres, incluso para aquellas personas, hombres y mujeres, que ejerciendo con plenitud sus libertades, deciden no fundar su propia familia y afrontar la vida desde la experiencia y la perspectiva de una profunda individualidad.

Alguien podr�a creer que esto es un contrasentido, o pensar incluso, que una estrategia que se fundamente en la perspectiva de genero, no puede o no debe contar con la familia como el recurso b�sico.

Entiendo perfectamente la necesidad de contar con una normativa que consigne los derechos humanos y los derechos de las mujeres como realidades indivisibles, indeclinables, irrenunciables, insustituibles y complementarias. Entiendo que son imprescindibles los programas educativos y de promoci�n de la igualdad, y que es menester solicitar y presionar a los gobiernos a que atiendan a estos leg�timos reclamos, y que inviertan recursos y pongan en marcha pol�ticas y programas.

Y tambi�n entiendo, que si no actuamos sobre el fundamento de lo familiar, si no apelamos, sino aprendemos a trabajar con el inmenso potencial que tiene la familia como n�cleo, Como estructura, como ra�z, Como catalizador del cambio y pista para el desarrollo de nuevas proyecciones hacia el futuro, entonces estaremos corriendo un riesgo hist6rico, profesional y personal: que nuestros esfuerzos, nuestras estrategias y proyectos, no encuentren los mejores accesos, y los resultados de nuestra lucha no sean lo r�pidos y eficientes que esperamos.

La familia no es el �nico recurso por supuesto, pero si puede convertirse en la herramienta mayor para la muy larga y necesaria lucha por que nos re�ne. A la familia, en el plano personal, debemos sumar una herramienta institucional b�sica, tan medular como esta. Me refiero al Municipio, que en el caso venezolano, constituye el nivel m�s peque�o y m�s pr�ximo de la organizaci�n del Estado con que cuenta el ciudadano, y que en otros pa�ses es la parroquia, el distrito o el condado.

Familia y municipio tienen aspectos comunes y ventajas con respecto a la gran mayor�a de las formas de organizaci�n con las que podr�amos contar para promover el escenario de la equidad.

Sus peque�as escalas; sus amplias capacidades para educar y comunicar; la accesibilidad y proximidad de sus miembros; la posibilidad que tienen ambos para compartir objetivos y desarrollarlos; la naturaleza inmediata y directa que tienen sus intercambios; la relativa facilidad con que pueden detectarse los liderazgos o la existencia de problemas, todas son ventajas creadas por su tama�o. Si la escala es menor, mayor ser� el impacto y durabilidad de lo que all� sembremos.

En 1998, en mi pa�s fue aprobada una ley para combatir la violencia dom�stica. El I de abril, hace apenas menos de un mes, entr� en vigencia la Ley para la Protecci�n del Ni�o y del Adolescente, ambicioso instrumento legal que dedica todo un cap�tulo de su estructura a proteger a las mujeres durante el periodo de embarazo y maternidad, y que establece las condiciones que debe garantizar el Estado venezolano para asegurar el desarrollo pleno de ni�os y adolescentes.

M�s profundos y relevantes, hist�ricos y determinantes para este temario,- son los contenidos de la nueva constituci�n de la Rep�blica Bolivariana de Venezuela, que fue aprobada el pasado 15 de diciembre, en una jornada que sell� un intenso y largo proceso de discusi�n, donde la participaci�n de muchas mujeres fue permanente y activa. En el texto constitucional quedaron garantizadas ampliamente condiciones para promover la equidad, el acceso a la participaci�n y las oportunidades para las mujeres, y m�s todav�a, se establecieron como fundamento de nuestro, modelo de sociedad y convivencia, todas esas magn�ficas premisas y convenciones internacionales que llamamos los derechos humanos.

Nuestra constituci�n inaugura un nuevo estado para los derechos civiles y pol�ticos para la mujer venezolana. Le abre un espacio mayor para su participaci�n en condiciones de igualdad, en todos los �mbitos de la vida social, y promueve el disfrute pleno y equitativo de los beneficios del desarrollo.

Si hoy me correspondiese contestar a la pregunta que se ha previsto para el a�o 2002, relativo a la situaci�n de un marco legal que haga posible avanzar en la lucha en favor de la equidad, puedo contestar con orgullo que tenemos una situaci�n ventajosa. Es cierto que, corno cualquier otra estructura jur�dica, ella es perfectible y que el r�pido proceso de cambios que estamos viviendo, m�s temprano que tarde nos exigir� la revisi�n de todos estos dispositivos jur�dicos. Es cierto tambi�n que otras leyes asociadas a la situaci�n de la mujer en nuestra sociedad ameritan revisiones urgentes.

Quiero decir con esto que si me correspondiese contestar hoy, responsablemente, dir�a que no creo que nuestras dificultades mayores sean las leyes y los instrumentos legales vigentes.

Pero si hoy me preguntasen por la situaci�n de la mujer venezolana en el escenario pol�tico actual, dir�a que las mujeres est�n participando en el proceso pol�tico venezolano, con una fuerza y una intensidad muy altas. Estamos viviendo un proceso constituyente, que es una manera de decir que amplios sectores del pueblo, hombres y mujeres han participado y siguen participando -a trav�s de organizaciones vecinales y comunitarias, de Organizaciones No Gubernamentales, los medios de comunicaci�n, las universidades y el sistema educativo en general-, en la discusi�n acerca de la sociedad y del pa�s que queremos y que mas nos conviene.

A�adir�a que en Venezuela se est� discutiendo todo, se est� revisando todo, se est� revisando todo, y que esta situaci�n, adem�s de constituirse en una gran oportunidad para nuestra causa, nos obliga a escrutar nuestras estrategias y a preguntarnos por las v�as m�s id�neas y eficientes para alcanzar los objetivos propuestos.

�Qu� significa para nosotros proceso constituyente? Que estamos viviendo un proceso de democratizaci�n, de aproximaci�n de los asuntos comunes y p�blicos, a los intereses y a la opini�n de la sociedad.

Yo misma he vivido un proceso de politizaci�n en los �ltimos a�os. Hace cinco o seis a�os no me hubiese imaginado que iba a participar en un proceso electoral para convertirme en constituyentista, y tampoco que la vida me dar�a la oportunidad de presidir la Comisi�n de los Derechos Sociales de la Asamblea Nacional Constituyente, decisi�n que tom� en un Ambito estrictamente personal, para luego someterla a la opini�n de mi familia.

En mis recorridos por todo el pa�s, en innumerables foros y reuniones de trabajo, entre las incontables personas con las que durante meses, en los miles de documentos, propuestas y me reun� correspondencias que debimos analizar, estaba la huella y la presencia de innumerables mujeres, de todos los niveles sociales, quienes sosten�an los m�s diversos criterios y opiniones sobre la mujer y sobre los otros temas que ocupaban nuestra agenda.

Esa experiencia me ratific� lo unidas que est�n la pobreza y la exclusi�n social con las desigualdades que afectan a la mujer. Esa experiencia me sirvi� para suscribir con mayor convicci�n que para luchar en favor de la mujer, debemos garantizar la ejecuci�n del plan de creaci�n de los centros integrales de atenci�n a la salud que ha iniciado el gobierno. Debemos garantizar que las campa�as educativas para evitar el embarazo precoz sean intensificadas. Debemos aumentar la calidad y cantidad de alianzas con los empresarios y la sociedad civil comprometidos con nuestra causa. Debemos luchar por evitar que contin�e ampli�ndose la grieta social que est� desestructurando y debilitando la instituci�n familiar en Venezuela.

Todos aqu� sabemos que las sociedades que logran fortalecer la familia, logran significativos avances en todos sus �ndices de convivencia. La familia puede ser el �mbito de la autoestima, el escenario desde donde se alcance, verdaderamente, la independencia econ�mica, intelectual y cultural, y no la instituci�n que act�e como una gran sombra y corno un obst�culo para la modificaci�n constructiva de una cultura.

Creo que la familia puede ser, no la entidad promotora de hombres y mujeres autosuficientes, pero si el dispositivo que promueva la igualdad de las oportunidades. La familia puede ser el �mbito donde se siembre la tolerancia, la lucha contra la exclusi�n, el lugar donde el dilema que siempre surge entre los gobiernos, entre educar y prohibir, tome el camino duradero de formar ciudadanos y construir una ciudadan�a democr�tica, que incluya el debido respeto y condiciones para la mujer.

Necesitamos mucho m�s que decretos y resoluciones para promover los equilibrios en las relaciones entre las personas. El respeto a las elecciones personales, la complementariedad entre los sexos, el reconocimiento a las diferencias, el di�logo, la tolerancia, la libertad para educarse y competir, en otras palabras, la equidad en la formulaci�n de las oportunidades para hombres y mujeres, deber�a pasar por el n�cleo familiar si ello es posible, deber�a fundamentarse en la etapa de formaci�n de ni�os y adolescentes, y articularse a trav�s de municipios o peque�os circuitos, todo esto si queremos resultados significativos.

�Qu� queremos para la mujer en Venezuela? Que las leyes salgan del papel y ocupen las mayores dimensiones de la realidad que sea posible. Queremos democratizar y mejorar la calidad de la vida de todos, desarrollar estrategias inclusivas que unifiquen los esfuerzos y la solidaridad de hombres y mujeres en, favor una agenda social de la equidad.

�Van a tener las mujeres responsabilidades y funciones relevantes en los pr�ximos anos venezolanos? As� lo creo, porque las condiciones est�n dadas. Tal como lo propone el camino se�alado por la CIM, especialmente durante los �ltimos anos, queremos promover la equidad de los g�neros, mejorar la calidad de nuestra participaci�n y aumentar los espacios para nuestra acci�n.

La estrategia y los programas que se han propuesto los gobiernos y las instituciones, deben transitar no s�lo por el �mbito macro de las pol�ticas p�blicas, sino que deben viajar hacia las estructuras y las variables que conforman la cultura y los modos de vida: las personas, la familia, la comunidad, la educaci�n, los intercambios cotidianos y en peque�a escala.

Me corresponde, en la posibilidad de mis fuerzas y capacidades, alentar y promover dentro del gobierno de mi pa�s, decisiones que nos vayan aproximando a una realidad donde podamos lograr avances m�s profundos y sustantivos para influenciar en las ideas, en los valores, en la concepci�n del mundo y de las personas, en la manera c�mo, se conciben los intercambios. Desde esta perspectiva, creemos nosotros, avanzaremos para conquistar un lugar m�s justo para las mujeres de nuestro pa�s.

Muchas gracias.

[Women/Ministerial-27-04-00/tracker.htm][Women/Ministerial-27-04-00/tracker.htm]